¡Hola! Empezamos el primer artículo del año con algo muy típico, los propósitos de año nuevo. Solo espero que cuando hayáis acabado de leerlo tengáis una visión diferente de cómo afrontar esos cambios que todos queremos hacer.
¿Cómo solemos empezar casi todos? Pues normalmente haciendo listas de propósitos que queremos poner en marcha. Suelen ser objetivos que hace tiempo queremos conseguir, pero en los que el esfuerzo que hay que invertir es muy grande y acabamos siempre dejando de lado. Ya sabéis, perder peso, hacer ejercicio, sacarse el carnet de conducir, aprender inglés, dejar de fumar… Cuando lo dejamos solemos decirnos a nosotros mismos, o nos dicen los demás, que no tenemos la suficiente fuerza de voluntad para lograrlo y así nos quedamos, esperando que esa especie de “espíritu santo”, que es la fuerza de voluntad, llegue en algún momento y se quede a vivir con nosotros. Bien, ahí va mi consejo de psicóloga: ¡NO ESPERÉIS A LA FUERZA DE VOLUNTAD NI UN SEGUNDO MÁS! No va a llegar nada parecido. No te vas a despertar mañana teniendo unas ganas irrefrenables de querer ponerte las zapatillas y salir a correr. Nada de eso va a pasar. Nuestras cabecitas no funcionan así y cuanto antes lo aceptemos mucho mejor nos irán las cosas. (Ha sonado muy duro, ¿verdad?) Bueno, a ver, no estoy diciendo que no hagas esa lista o que no te pongas propósitos para mejorar tu vida. ¡Claro que sí puedes y debes hacerlo! Solo digo que si haces la lista, mañana te apuntas al gimnasio, y esperas tener ganas de ir cada día hasta el 31 de diciembre de 2019 es muy probable que el 15 de enero cojas un resfriado, estés 3 días sin poder ir, y cuando te des cuenta sea 1 de julio y no hayas vuelto a ese sitio raro donde va la gente a sufrir vestidos de fosforito. ¿Qué podemos hacer entonces? Bien, haz la lista, pero pon pocas cosas. Yo empezaría por, por ejemplo, ¡UNA! No va a ser fácil cambiar un hábito así que ves poco a poco. Después coge un calendario y elige el día que vas a empezar, márcate qué días de la semana vas a hacer esa cosa nueva que quieres hacer, cómprate todo el equipo para hacer ese deporte de la mejor marca porque sino no puedes empezar (esto es así y lo sabe todo el mundo), dile a toda tu familia que empiezas a correr y, lo más importante, déjate el equipo ese tan chulo fuera del armario, al lado de la cama, para que sea lo primero que veas nada más abras los ojos. Ya lo tenemos todo preparado. Lunes, martes y miércoles a las 8:00 voy a salir a correr. Tengo mis superzapatillas, está todo en la silla al lado de la cama. Le he dicho a medio Facebook que tengo un objetivo, llegar a correr 5 km seguidos. ¿Qué puede fallar? Pues así por encima, que no hayas tenido en cuenta que empezar va a ser difícil, cansado, aburrido. Que vas a pasar frío, dolor. Yo qué sé… Que al final la esperada “fuerza de voluntad” no haga acto de presencia y me quede en la cama como siempre. Así que asume ya que cuidar tu salud, sentirte fuerte y sano va a traer también muchas dificultades al principio. Justo por esto, intenta que la motivación sea recordarte a ti mismo muchas veces al día lo importante que es para ti cuidarte y sentirte bien, y que la fuerza de voluntad sean unas zapatillas colgadas del pomo de la puerta. Y no te olvides de revisar cada cierto tiempo ese plan tan chulo que has hecho para ver si a las 8 de la mañana jamás de los jamases vas a salir a correr, pero a lo mejor es mucho más probable que lo hagas a las 3 de la tarde en invierno. Es un artículo corto y rápido que lo único que pretende es que veamos el cambio de hábitos de una forma más realista. Hay muchas personas que logran sus objetivos poco a poco ellas solas, pero si lo ves complicado sin ayuda recuerda que los nutricionistas, preparadores físicos, psicólogos/as nos dedicamos justo a eso, a ayudar a nuestros clientes a cambiar sus vidas. ¡Feliz año!
1 Comentario
A los seres humanos etiquetar se nos da muy bien, ponemos etiquetas a todo. Y os preguntaréis, ¿por qué hacemos esto?, ¿sirve para algo? Claro que sí.
Para nosotros, que utilizamos el lenguaje para entender el mundo, el hecho de que algo tenga una etiqueta lo vuelve más comprensible y nos da seguridad. Por ejemplo, si sabemos que el fuego es “peligroso”, no tendremos que acercarnos cada vez al fuego para saber que quema y esto nos alejará del peligro. Nos sentimos más seguros si etiquetamos al fuego de “peligroso”. Aprendemos que etiquetar es bueno para nosotros y lo generalizamos a casi todo en la vida, incluidos los seres humanos. Esto es algo que también hacemos muy bien, generalizar. El problema es que con las personas las etiquetas no funcionan tan bien y podrían causar algunos problemas. Voy a intentar explicar algunas razones por las que etiquetar a los demás y en especial a nuestros hijos no sería muy recomendable. Cuando hablo de etiquetas no solo me refiero a las negativas (tonto, desastre, tímido…) sino también a las positivas (inteligente, dulce, buena…). Esto lo explicaré al final del post porque si conocemos primero las razones nos será más fácil hacernos una idea de por qué añado las positivas también. Pero empecemos por las razones, por qué no deberíamos hacerlo: 1-Nos podemos equivocar. Cuando etiquetamos a un niño como “tímido”, por ejemplo, podemos estar haciéndolo basándonos solo en la conducta que tiene el niño alrededor de ciertas personas, momentos o circunstancias y sin tener en cuenta otras situaciones donde el niño no muestra conductas de timidez. Nuestra conducta depende mucho más de factores del contexto que de rasgos de personalidad fijos que, desde el modelo de conducta en psicología, no existen como tales. 2-El niño hará una asociación entre la etiqueta y él mismo y se fusionará con ella. Con esto quiero decir que, al interiorizar la etiqueta, el niño pasará a decirse a sí mismo: “Yo soy tímido”. Esto supone una relación entre el “yo” y “tímido” como si fueran la misma cosa. Mirad la diferencia entre decir “Yo soy tímido” a “Yo siento timidez cuando estoy delante de gente mayor”. En el primer caso hay una fusión con lo que yo soy y en el segundo la timidez no soy yo y además no la siento siempre sino en unas circunstancias particulares. 3-Restringimos nuestras conductas a las que son coherentes con la etiqueta, aunque sean ineficaces. (Este punto es un poco más lioso, pero leed hasta el final que los ejemplos ayudan mucho.) Las etiquetas llevan asociadas conductas específicas y a partir de que la interiorizamos intentamos por todos los medios comportarnos de forma coherente con esa etiqueta. Lo seres humanos necesitamos coherencia, es decir, que lo que nos contamos del mundo y de nosotros mismos tenga sentido y lógica. Si esta coherencia no está empezaremos a sentir incomodidad y malestar, por lo que haremos lo posible por recuperarla. Esta necesidad hará que, aunque las circunstancias del momento nos exijan una conducta diferente a la que asociamos con nuestra etiqueta, nosotros sigamos sin tener en cuenta la posibilidad de conductas alternativas mucho más efectivas. Preferimos sentir coherencia y no ser eficaces antes que sentir el malestar de la incoherencia. Por seguir con el ejemplo anterior, si el niño se encuentra en el parque y quiere hacer algún amigo para jugar, pero tiene que acercarse él a otro niño, puede que no lo intente siquiera porque esa conducta no se corresponde con la etiqueta “tímido”. Esto se puede ver mucho mejor cuando ya somos adolescentes o adultos. Por ejemplo, podría no intentar siquiera aprender inglés, aunque sería bueno para mi futuro laboral, porque en un momento de mi vida me costaba aprobar esa asignatura en el colegio y me etiqueté como “mala para las lenguas”. El hecho que me hizo ponerme la etiqueta pudo no estar relacionado para nada con mi capacidad real para aprender idiomas, pero la etiqueta la interioricé y mis conductas siempre han sido coherentes con la misma, aunque fueran ineficaces para encontrar trabajo. Después de estas razones podéis comprobar cómo las etiquetas restringen nuestro rango de conductas. Habrá conductas que hagamos porque sí, porque “Yo soy así”, aunque no sean lo que realmente necesitamos en nuestra vida, y habrá otras que ni siquiera contemplemos, por lo contrario, porque “Esa no soy yo”. Si pensamos ahora en las etiquetas positivas podemos ver que pasaría exactamente igual y podríamos caer en conductas que no son lo que realmente queremos hacer, sino que las hacemos por las expectativas que los demás tienen sobre nosotros. “Soy inteligente” así que tendré que estudiar una carrera muy difícil y sacar siempre muy buenas notas y entender todo a la primera… Si esto no se corresponde con la realidad en algún momento también podríamos cambiar la etiqueta por “No soy inteligente” para seguir sintiendo coherencia. Esto es solo un ejemplo de por qué una etiqueta positiva también puede acabar trayendo problemas. Entonces, ¿cómo lo hago? Bien, lo más recomendable sería ayudar a nuestros hijos a darse cuenta de qué sienten, piensan y hacen en según qué tipo de circunstancias y ayudarles a que su conducta sea más coherente, no con lo que dicen que “son”, sino con lo que ellos necesitan. Por ejemplo, ante un niño que se comporta con timidez en clase y no pregunta las dudas podríamos decirle: “Es normal sentir vergüenza en algunos momentos, a mí también me pasa, pero preguntar las dudas es bueno para ti porque así entenderás mejor lo que está explicando el profesor y eso hará que aprendas mucho más y sea más fácil estudiar en casa”. De esta manera no lo etiquetamos a él, etiquetamos la emoción “vergüenza”, la normalizamos cuando le decimos que nosotros también la sentimos a veces y le damos razones que sean importantes para él para comportarse de forma diferente y mucho más eficaz. Espero que mi primer post haya aportado algo interesante en la, muchas veces, ardua tarea de educar a nuestros pequeños. Por favor, no os etiquetéis de “malas madres” o “malos padres” por haber puesto etiquetas a vuestros niños, que ya hemos visto lo bien que se nos da y a dónde nos lleva. |